En aquellas programaciones cinematográficas de IB Cinema en la que se nos permite emplear película, en lugar de digimerde, cuando el título se recibe de la distribuidora, hay que montarlo en una gran bobina con capacidad para mas de dos kilómetros de fotogramas.
Tras la exhibición, antes de la devolución, hay que desmontar la película en sus rollos de unos 600 metros de película en 35 mm (suelen ser 5 o 6, para un título de unos 90 minutos), que, cada uno en su lata o caja de plástico, se introducen en las sacas de lona.
Trabajos de especialistas, que mueren con la bazofia de la digitalización, un retroceso en calidad que, además, se lleva a la tumba infinidad de trabajos: proyeccionistas, repasadoras de la película, fábricas de empalmadoras y cintas, mecánicos y torneros, fabricantes de bobinas (en España, el amigo Julio Castells), empresas de cajas, núcleos y sacas, almacenes de película, subdistribuidores regionales, laboratorios, fabricantes de película...
Miles y miles de puestos trabajos, muchos de ellos nacionales, que se van al sumidero, para beneficio de unos cuantos estudios cuyos ejecutivillos trabajan en esto del cine como podrían estar en el negocio del procesamiento de carne para hamburguesa de McDonalds o en el tratamiento de residuos: no viven el medio y sólo les importa la cuenta de resultados.
Todo este cambio a digimerde ¿para qué? Como dice Tarantino "ver la exhibición en digital es una mierda; eso no en cine, sino en una pantalla de televisión grande".
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