martes, 29 de agosto de 2023

EFECTO WINDCHILL

Me dispuse a hollar la isla Wienke, frente a la costa occidental de la Península Antártida, en las coordenadas 64º 49.5´S / 063º 32.0´W, para filmar una pingüinera (tras ver el histórico refugio británico), con un tiempo que, aunque frío, amaneció precioso. Cuando estaba lejos de cualquier refugio, en soledad, el cielo se transformó súbitamente en una especie de entrada al averno: quedé inmerso en una neblina blanco-grisácea, que me impedía seguir el rastro para regresar al barco, azotado con crueldad por un viento tan gélido que parecía el mismísimo hálito de la muerte.

La ventisca helada, cuando surge de forma repentina, es, la Antártica, una enemiga letal en virtud del denominado "efecto windchill": cuanto más baja es la temperatura ambiental, con el viento, el frío que hace mella en el cuerpo y la pérdida de calor que se sufre, es más alta de lo que se deduce por lo indicado por el termómetro. Esta desorientadora neblina asociada al "efecto windchill" han causado la muerte de varios científicos a lo largo de los años: siempre hay alguien que, confiando en el termómetro y en un buen tiempo aparente, salió no lo suficientemente arropado, para inspeccionar algún instrumental cercano a una base, por menos de dos o tres minutos, y no previendo la formación súbita de esta cegadora neblina, murió de frío como consecuencia de "efecto windchill", imposibilitado para encontrar el camino de regreso

Después, comenzó a nevar. Penosamente, con un sistema que narraré en otra entrada de esta bitácora, encontré las varillas de bambú (colocadas por Vide para orientar) y fui reconociendo accidentes geográficos , mientras tapaba la ZC1000N con mis guantes contra el pecho, resguardándola en lo posible de la nevada y el viento. Cuando la temperatura descendió por debajo de los -20° Celsius, ¡sólo podía rodar comenzando la filmación apuntando al suelo y sin interrumpir entre plano y plano!, pues de lo contrario no funcionaba el mecanismo de arrastre. Toda una odisea, una auténtica locura, cambiar los rollos de película cada minuto y medio de metraje en estas condiciones.

Lo peor fue cuando me percaté que había perdido el parasol y tuve que desandar una milla pues, en la Antártida, está prohibido dejar ningún objeto. No tenía mucha esperanza de encontrarlo pero, arrastrando los pies todo el trayecto, para remover la nieve, el Señor Santiago me ayudó, gracias a la intercesión del padre D. Manuel, del Santuario de la Virgen de Pastoriza, en Galicia, y, milagrosamente, atisbé la negra goma entre la blancura.

La historia seguirá en la película "Perfecta Locura Antártica".

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