Estos días de recogimiento, tan propios de la Semana Santa en España —días de calma, de cierto paréntesis en el ritmo del mundo— me encuentro inmerso en el tramo final de mi cortometraje "Elegía al Plumacho". Como todos mis trabajos fílmicos, se trata de cine hecho a mano: un ejercicio de pura artesanía fotoquímica, rodado en película Súper-8 Kodak Ektachrome, revelado por mí mismo y montado a la vieja usanza, plano a plano, corte a corte, con empalmadora.
Este proyecto nace del deseo de rendir homenaje a esa planta que algunos llaman “hierba de la Pampa” y que aquí, en Galicia, conocemos simplemente como plumacho (cortaderia es su nombre). Filmada en los acantilados de mi ciudad, La Coruña, la planta ondea al viento atlántico mientras mi voz acompaña las imágenes, recitando un texto que escribí desde la contemplación y la ternura.
El cortometraje combina el rumor del mar y el viento como fondo sonoro con la música vibrante del gaiteiro Anxo Lorenzo, creando una elegía visual y sonora sobre la belleza silvestre de lo considerado invasor, y sobre esa paradoja profunda que es la pertenencia en la naturaleza. Porque, al fin y al cabo —como digo en el texto— en la historia del planeta, todos hemos sido invasores alguna vez.
En esta bitácora iré compartiendo el proceso completo de creación: desde la recarga, en cuarto oscuro, de película Súper-8 a cartuchos de Single-8 —para poder utilizar mi cámara ZC1000, compañera de medio siglo— hasta el revelado químico, el montaje con moviola y el sonido.
La escena final, en mi opinión, es especialmente poderosa. Pero de eso escribiré más adelante.