La llamada había sido clara: la programadora de una distribuidora me avisaba de que había varios positivos de 16 mm que podían interesarme. Entre ellos, nada menos que "Pesadilla antes de Navidad". Mi corazón se aceleró. Tantos años persiguiendo esa copia en 16 mm, mi paso de archivo favorito, y al fin estaba al alcance de mis manos.
El almacén de la distribuidora, que vió mejores días, era angosto, casi claustrofóbico, con pasillos oscuros repletos de maletines para el envío de películas de 16 mm. Una a una escruté, con luz mortecina, ayudado por la linterna de mi teléfono móvil, las polvorientas estanterías, apartando uno, dos, tres, hasta cinco largometrajes que me interesaban. Estaban allí, esperándome. Apenas presté atención a otros archivistas que iban entrando, concentrado en mi botín.
En una sala al fondo, un detalle me llamó la atención: un cartoon en 35 mm, "Señor Droopy". Lo tomé con la mano, con la misma naturalidad con que un niño rescata un juguete olvidado. Luego emprendí el regreso hacia la entrada, satisfecho.
Pero entonces, amigos, ¡la pesadilla! Los largometrajes que había apartado habían desaparecido. Sencillamente, no estaban.
Se los había llevado otra persona “no un archivista, sino un coleccionista al por mayor”, me dijo la programadora de la entrada, como quien da una noticia irrelevante.
Me quedé allí, helado, sólo con "Señor Droopy" en la mano.
Tantos años buscando "Pesadilla antes de Navidad" en 16mm, soñando con ella, como forofo del cine de Tim Burton, admirador de Henry Selick y fanático de la cinematografía en stop motion, cuando al fin la había rozado, cuando ya tenía el positivo a un paso de ser mío, ¡desapareció!
El disgusto me atravesó como un rayo. Sentí que me moría. Y entonces desperté. Eran las cinco y diez de la mañana. El corazón desbocado, la desazón intacta. No pude volver a dormir. Era sólo un sueño, amigos. Pero un sueño con la intensidad de una pesadilla real, de esas que nos recuerdan que en la memoria del cine, como en la vida, a veces lo que más ansiamos se escapa entre los dedos a manos de mercachifles y acumuladores sin criterio.

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