Hay misiones que uno elige. Otras, pareciese que lo eligiesen a uno, como una que comencé hace veinticinco años, casi sin darme cuenta, y que, ayer, al fin, terminó. Desde niño, cuando la imaginación de mis rodajes en Súper-8 eran más frecuentes que mis deberes escolares, fui lector fiel de la británica "Movie Maker", y de la norteamericana "Super 8 Filmmaker", que se vendían en un kiosko de mi ciudad (cerrado el año pasado, 2024). Las colecciones de ambas revistas ocupan con orgullo varias baldas de mi archivo, en el caso de "Movie Maker" incluso con los tomos encuadernados por años.
![]() |
Extrayendo el preciado ejemplar de su caja: ¡como nuevo tras casi medio siglo! |
Pero no fue hasta bien entrado este siglo que, por soplos de otros cineístas americanos, descubrí una revista que parecía publicada para mí: "Cinemagic".
Es una revista atípica, nacida como humilde fanzine en Estados Unidos en la segunda mitad de los setenta, y que fue creciendo hasta convertirse en una auténtica publicación profesional durante los años ochenta, íntegramente consagrada a lo que más me fascina: la imaginación aplicada al cine en Súper-8, efectos especiales hechos con ingenio y paciencia —no con clics—, y stop motion con gloriosa película, una revista que respiraba el mismo aire que siempre quise para mis películas. ¡Ay, si la hubiese descubierto cuando adolescente! Mi vida habría cambiado, probablemente.
![]() |
Como siempre, ni un sólo artículo tiene desperdicio. |
Desde que descubrí "Cinemagic", me impuse la tarea —o ella me impuso a mí— de reunir la colección completa. Ha sido una búsqueda digna de bibliotecario monástico: lenta, silenciosa y llena de esperanza. Algunos números me llegaron como obsequios inesperados de otros cineístas generosos. Otros, cazados en ferias de coleccionismo o en rincones oscuros de eBay, a veces a precios razonables, y otras con precios dignos de subasta de manuscritos medievales.
![]() |
Cenando com Will Vinton |
Hace aproximadamente un año, ya creía haberlo conseguido. Tenía toda la colección… salvo el número 32. Ese número maldito se me escapó dos veces, siempre con un estadounidense más rápido o más insomne que yo, que se me adelantaba en el último clic. Hasta hace unos días cuando, de repente, una alerta, con una oferta razonable, que esta vez gané.
Tenía miedo de que se perdiese en su camino desde Estados Unidos a Galicia, en el noroeste de España, en estos tiempos de aranceles y controles fronterizos, pero ayer llegó a casa el legendario número 32 de "Cinemagic", perfectamente empaquetado, con aroma a estantería americana y promesa de lectura intensa. Lo comencé a saborear ayer mismo, durante la cena, con el mismo entusiasmo con el que de niño abría los sobres de mis primeras películas Kodachrome reveladas.
![]() |
Así de bien empaquetado llegó el tesoro |
Este número incluye una golosina sabrosísima: una carta al director firmada nada menos que por Ray Harryhausen, el maestro del stop motion, el hombre que animó esqueletos mejor que nadie, era suscriptor de "Cinemagic".
Con este ejemplar, la colección está por fin completa. Y, permítame el lector, la osadía, puede que sea la única colección íntegra de "Cinemagic" en Europa.
Ayer sí que pude dormir tranquilo. Mejor que tranquilo, diría. Porque ayer por la noche, la carta de Ray me esperaba en la cama.
![]() |
Archivando el ejemplar en su tomo |
No hay comentarios:
Publicar un comentario