lunes, 25 de agosto de 2025

LOS LABORATORIOS CINEMATOGRÁFICOS ESPAÑOLES: ENTRE LA LUZ Y EL FUEGO

Durante unos cien años, y hasta el  2012 o 2014,  la industria fotoquímica tenía en España un magno volumen de trabajo, que generaba cientos de puestos de trabajo especializado: miles de salas de cine necesitaban copias en 35 mm, y detrás de cada proyección estaba el trabajo de los laboratorios cinematográficos nacionales.

Los más recordados fueron Fotofilm (de los hermanos Aragonés), con sede en Barcelona y sucursal en Madrid; Cinematiraje Riera, también de origen barcelonés con ramificación madrileña; Madrid Film, fundado por Enrique Blanco en 1910 y activo hasta 2012; y los Laboratorios Arroyo, en el Paseo de Rosales. Todos trabajaban tanto en blanco y negro —con emulsiones nacionales como Valca o Negra— como en color, dominado por Kodak, aunque también se tiraban copias en Agfa, Ferrania 3M, Fuji o Konica. En los últimos años del 35 mm, yo trabajaba con Image Film y DeLuxe (antiguo Fotofilm).

El precio del olvido y las llamas.

El patrimonio cinematográfico español sufrió pérdidas incalculables. Apenas ha sobrevivido un 15 % de la producción muda y se calcula que una cuarta parte de los largometrajes rodados entre la llegada del sonoro y 1954 desaparecieron con el tiempo. El alto coste de copiar en soporte de seguridad, la falta de beneficios tras el estreno y, sobre todo, la ausencia de políticas públicas de conservación explican buena parte de la tragedia.

Pero otra causa fue más cruel: los incendios. El celuloide de nitrato era tan inflamable como inestable. En 1945, un fuego en la sucursal madrileña de Cinematiraje Riera redujo a cenizas 650.000 metros de película, incluidos noticiarios y negativos de largometrajes como Nuestra Natacha o títulos de Filmófono y Cepicsa. En 1950, Madrid Film sufrió otro incendio devastador que destruyó negativos históricos y producciones recientes como Sangre en Castilla (Benito Perojo) o partes de Agustina de Aragón. En 1959, las llamas alcanzaron los Laboratorios Arroyo, y en 1962 fue el turno de los históricos estudios Orphea, primeros en rodar cine sonoro en España.


Una industria frágil.

Tras cada siniestro, los comunicados oficiales solían minimizar las pérdidas, pero la verdad era otra: el cine español veía desaparecer, una y otra vez, pedazos irrecuperables de su memoria. A ello se sumó la dejadez de productores y herederos, más interesados en la explotación inmediata que en la conservación.

Hoy, cuando todo es digital y los laboratorios fotoquímicos han desaparecido, conviene recordar a aquellas empresas que durante décadas iluminaron nuestras pantallas. Y también reconocer que parte de nuestro patrimonio ardió en sus hornos y almacenes, borrado para siempre por el fuego y el olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario