Debo empezar diciendo que “Lost in translation” es una de mis películas
favoritas de la pasada década. Cuando
dos o tres años después de su estreno tuve que viajar a Japón por motivos de trabajo,
me sentí muy identificado con ciertas situaciones vividas por los
protagonistas, Bill Murray, que interpreta a un veterano actor de teatro que se
encuentra en Tokio para rodar una publicidad, y Scarlett Johansson, joven
esposa de un fotógrafo tan ocupado que ni siquiera le presta atención aún en
sus apariciones con escasa vestimenta.
“Lost in translation” plasma muy bien la
sensación de soledad que un occidental siente en Japón (el título, “Perdido en
la traducción”, ya nos da una pista), sensación de aislamiento que se
incrementa en otras ciudades distintas de la capital donde ni siquiera hay
letreros en inglés. La soledad que sienten los dos protagonistas en una cultura
tan extraña es un pretexto para que la directora y guionista, Sofia
Coppola, muestre que ya arrastraban una
soledad interior debido a una existencia infeliz, probablemente oculta por la
vorágine de la vida cotidiana en sus ciudades de origen: Bill Murray soportando
un matrimonio aburrido con una esposa egoísta,
y Scarlett con un marido obsesionado por el trabajo.
Esta soledad personal de
ambos se manifiesta no sólo por comportamientos como el insomnio, el semblante
triste y aburrido de Bill (incluso en el rodaje del anuncio), sino también por
las diversas secuencias en que ella observa la metrópoli desde el silencio de
su habitación, el zumbido electrónico en el pasillo del hotel, amén de por el
aspecto general de la fotografía, en general en tonos fríos.
El insomnio sirve
para unir a Bill y a Scarlett: él no concilia el sueño y, para colmo, su mujer
le incordia con una pregunta inútil por fax en medio de madrugada, mientras que
ella no consigue dormir por los ronquidos de su esposo; a la noche siguiente,
los dos insomnes coinciden en el bar del hotel. Poco a poco, la directora va
tejiendo una relación de cariño, tal vez de algo más, a partir de la soledad de
ambos personajes, con un espléndido uso de los silencios, como entre respuesta
y respuesta cuando se encuentran en albornoz cerca de la piscina; sobre la cama de él, mientras ven en
televisión “La dolce vita”; o, el tirante silencio, cuando Scarlett descubre
que Bill ha pasado la noche con la cantante del hotel. Esta peculiar amistad
que ha surgido a través de la soledad personal y ambiental, se muestra
magistralmente con el beso final y el abrazo, en silencio en medio del bullicio
de Tokio
En la versión en miserable Blu Ray no se ve, pues fue "corregida" y limpiada digitalmente, siguiendo la nefasta moda de las grandes distribuidoras, pero en el positivo de cine, como el que poseemos en la Cinemateca de Galicia/IB Cinema, en la secuencia de la discoteca, la directora no cortó ni disimuló tres o cuatro fotogramas, de principio o final de chasis de filmación, en los que entró luz por las perforaciones, como puede comprobarse en el lateral derecho de la foto. Detalles como éste son auténticas golosinas para las retinas en una era, como la presente, de bazofia digital. El director de fotografía, Lance Acord, filmó en su mayor parte con la Vision 200T.
Me gusta tanto, esta obra, que suelo proyectarla una o dos veces al año, aunque la tenga que ver, como fue el caso de ayer viernes, en solitario.
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