Tradicionalmente, los balleneros abandonaban su barco en pequeños botes a fin de cazar su presa por medio de un arpón amarrado a una larga cuerda que se desenrollaba a medida que el animal intentaba huir, remolcando la barca hasta que, agotado, los pescadores pudieran rematarlo con otros arpones. Era, aquella, una caza sostenible, entre el Hombre y la Bestia, en la que el ganador podría ser cualquiera de los dos.
Mi caminata desde la playa hasta la cima del monte, filmando película Kodak con la ZC1000N |
Como aprendí de mi compañero de camarote Gary Roberts, todo cambió cuando un ballenero noruego, Svend Foyn, fallecido multimillonario gracias a su invención, desarrolló un arma letal: en la proa del buque, un cañón lanzacabos arrojaba, con gran velocidad y fuerza, un arpón con explosivo; cuando penetraba en las carnes de la ballena, se separaban las dos ramas del arpón y estallaba el explosivo, que acababa con el mamífero.
Ruinas de unos de los asentamientos balleneros en la Isla Decepción |
A pesar de ser una atracción turística, me interesaba visitar la Isla Decepción, no sólo por ser sede de una base española, sino por todo lo que significó en el exterminio de las ballenas y, aunque no se encuentra dentro del Círculo Polar Antártico, la curiosidad geológica de su puerto natural. Ubicada, Isla Decepción, en el Mar de la Flota, es un volcán (todavía activo) hundido a cuya caldera inundada se accede a través de un angosto estrecho, los Fuelles de Neptuno (siempre están azotados por temibles vientos), con el peligro añadido de una roca a sólo dos metros de la superficie.
Hace un siglo, con la industria ballenera en pleno apogeo, aquí se estableció una especie de Auschwitz para el exterminio sistemático de los cetáceos, y las aguas de su templada bahía, ahora prístinas, estaban teñidas de sangre en medio de un hedor a putrefacción, con cientos de balleneros trabajando en condiciones infrahumanas todos los días del año, a excepción de Navidad.
Desembarqué, con la zodiac, en una playa de arena negra y, cargando con todo el equipo cinematográfico, trepé, sin ayuda, hasta el monte Pond, de unos 500 metros sobre el nivel del mar. Al descender, casi me despeño, pero aquí estoy, a Dios gracias.
EXTRAORDIANARIO HALLAZGO. Una agradable sorpresa, en Isla Decepción, fue descubrir un pingüino con un nombre con reminiscencias galaicas, "Grelo", apadrinado, este mismo año, por el profesor de la Universidad de La Coruña Juan de Dios Ruano, a quien conozco desde hace bastantes años, curioso hecho que debería ser divulgado en mi ciudad pues, en mi opinión, acciones de este tipo son buenas para concienciar a la población sobre la importancia de trabajar por mantener la Antártida como un santuario para la ciencia, el medio ambiente y el clima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario