Corría 1977 cuando, con la expectación de quien adquiere un tesoro, llevé a casa mi disco de vinilo de "Tubular Bells", en un paquete, de cuidada presentación, con toda la obra, hasta entonces, de Mike Olfield (que todavía conservo).
En aquella época, el ritual de posar la aguja sobre el disco era un gesto casi sagrado. Lo escuché cientos—quizás miles—de veces, con cada giro del plato marcando el pulso de una era en la que la música se sentía más cercana, más tangible.
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Tubular Bells, esta mañana |
Décadas después, esta mañana, la historia se repitió. Compré una nueva edición de "Tubular Bells", otra vez en vinilo. Pero en esta ocasión, registré el instante con una cámara de Súper-8, utilizando película Kodak recién fabricada. Dos mundos análogos encontrándose en el siglo XXI, desafiando la fugacidad de lo digital, recordándonos que hay experiencias que no pueden reducirse a un archivo comprimido ni a un simple clic.
Tal vez las grabaciones digitales puedan proporcionar mas calidad técnica pero, como defiende mi amigo superochista Alan Petty, el vinilo ofrece una experiencia mucho más personal e íntima, desde el momento en que se extrae con cuidado el disco de su funda, se coloca la aguja sobre la superficie y anticipa esos primeros "chisporroteos" de sonido. Es una expericencia realmente emocionante, que te evoca recuerdos de toda una vida. Las grabaciones digitales pueden ofrecer una calidad de sonido increíble pero son anodinas, carecen de alma y de ese encanto del vinilo que se ha establecido firmemente a lo largo de generaciones. Por otra parte, lo digital carece de cualquier valor desde el punto de vista del coleccionismo.
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Mi álbum original, con película de hoy en día |
El vinilo sigue girando, la película sigue corriendo. Y con cada nuevo visionado o escucha, revivo ese mismo asombro de 1977. Algunos formatos, lejos de extinguirse, se convierten en portales al pasado y compañeros del presente.
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Fecha de compra de mi álbum original |
Mi álbum original de Mike Oldfield, con "Tubular Bells", lo recogí en Jelasa un lejano sábado 17 de septiembre de 1977, a las 12:53. ¿Quién recuerda a este establecimiento de Los Cantones de La Coruña, junto a la librería Arenas original? Jelasa, en lo alto de su marquesina, tenía una cámara de televisión con la que el dueño, minusválido por una cruel enfermedad, inspeccionaba desde su casa a la gente que paseaba. Años mas tarde, Norma Duval se quiso casar con él pero, si no recuerdo mal, la madre, la multimillonaria Viruca, impidió la ceremonia y él fallecería al poco tiempo (todo esto fue publicado por la prensa en su día).
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