“El silencio”, de
Martin Scorsese, es el tipo de películas de las que uno sale con la sensación
de que el dinero invertido en la entrada ha merecido la pena: ¡habría pagado
con gusto la tarifa completa! Me sorprendió, en esta su tercera semana, ver la sala llena de público joven (si bien,
tenían aspecto de alumnos de Fomento y, aunque ayer martes el precio era
irrisorio, podrían haber elegido cualquier otra película: o sea, el boca/oreja funciona).
Disfruté con cada uno de los encuadres del maestro, gloriosamente filmados con
película de cine Kodak Vision, no mediante camaruchas digitales como la mayor
parte del audiovisual, que no cine, español.
Martin Scorsese, Católico y que, durante su infancia,
consideró hacerse sacerdote, narra la historia de la persecución religiosa
que sufrió la Iglesia japonesa durante el siglo XVII. Hasta entonces, el
Catolicismo, se trataba de una comunidad creciente, dado que, desde la
llegada de San Francisco Javier hasta el momento que plasma la película, el
país del sol naciente llegó a contar con trescientos mil Cristianos entre sus nativos. Sin
embargo, los inquisidores locales, llegaron a la conclusión de que la Fe
Verdadera y Universal era una creencia propia de otras naciones (¡citan a España!), no útil para
su sociedad feudal, de forma que martirizaron
y asesinaron a los japoneses conversos, amén de torturar a los
sacerdotes europeos. Entre ellos, se encontraba el Padre Ferreira, quien, según se desprende
del relato, apostató y se convirtió al budismo para que no mataran a más
japoneses Cristianos. Esta noticia sorprendió tanto a sus hermanos Jesuitas,
que varios se ofrecieron voluntarios para viajar a Japón, encontrar al
sacerdote renegado y devolverlo a la Fe.
Con “El silencio” Scorsese defiende, una vez más, una vivencia privada de la Fe. Así, a medida
que avanza el metraje, el sacerdote protagonista comprende las razones que han
conducido al padre Ferreira a apostatar (evitar una matanza mayor), y, por
ello, decide imitarlo. Por tanto, según la película, la mejor manera de
sobrellevar un peligro es la rendición, el doblegamiento a las tiránicas
imposiciones del perseguidor, que anhela precisamente el ostracismo de la Fe Cristiana,
a favor del budismo.
Es la misma tesis que el cineísta mantuvo en “La última
tentación de Cristo”, donde el mismísimo Hijo de Dios se cuestionaba el sentido
del sufrimiento. Por esta razón, cuando este alcanzaba su paroxismo en la Cruz,
imaginaba una existencia tranquila junto a una esposa y una familia tradicional, es decir,
lejos de cualquier dolor causado por su convencimiento religioso. Tanto es así,
que, cuando era asaltado por San Pablo, quien le proponía un compromiso mayor
con el Padre, Jesús lo rechazaba y se refugiaba de nuevo en su vida reposada y
normal, como el protagonista de “El silencio”. No obstante, y al margen de la
blasfemia, el protagonista de aquella película, terminaba comprendiendo el
sentido del dolor y de la redención, y, por ello, volvía a la Cruz, algo que
ocurre en "El silencio".
Una película para reflexionar, de las que dejan huella,
además de una delicia visual y narrativa. Mi recomendación más encarecida.
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