El mundo de la fotografía y la cinematografía mecano química no tiene nada que ver con la obsolescencia programada del inframundo digital. Conocido es el caso, en el sector fotoquímico, de que cuando Disney quiso editar la primera edición de Toy Story en DVD, descubrió que el treinta por ciento de los archivos digitales originales estaban corruptos e irreproducibles, así que escanearon el negativo de 35 mm. Desde entonces, Disney archiva en 35 mm todas sus producciones, incluso aquellas grabadas en digital, que kinescopia (esto es, las pasa de digital a negativo fotoquímico).
En general, cualquier producto digital viene con una fecha de caducidad programada. Y los que no, tienen un talón de Aquiles: la inmensa mayoría de las marcas no conservan piezas de recambios más allá de los tres a cinco años que les exigen las legislaciones de los distintos países.
BOSCH NO CREE EN LA OBSOLESCENCIA PROGRAMADA.
El gigante alemán Bosch fue fundado a finales del siglo XIX por un personaje muy curioso, Robert Bosch, que tras trabajar para Edison en Estados Unidos, retornó a Alemania para fundar su propia empresa, todavía puntera hoy en día, primera, además, en introducir en su país la jornada laboral de ocho horas.
A principios de los años treinta, Robert Bosch compró
Bauer, una fábrica de cámaras y proyectores de cine, que con el devenir de los años fabricaría aparatos para todos los formatos: 8, súper-8, 9.5 mm, 16 mm, 35 mm y 70 mm.
Al comenzar la década de los ochenta, Robert Bosch era el principal fabricante europeo de Súper-8 pues, aparte de su buque insignia Bauer, adquirió la mítica marca Nizo a Braun, así como la firma transalpina Silma (muchos proyectores Bauer, de la última hornada, están fabricados en realidad en Turín).
Como curiosidad, reseñar que Robert Bosch, aunque patriota declarado, fue un enemigo del régimen del III Reich, apoyando los movimientos de resistencia contra Adolfo Hitler. Ello, sin embargo, no le importaba mucho a Franco, entusiasta usuario de la marca Bauer.
Una de mis cámaras favoritas de Bauer, un modelo que compré a su representante francés, André Egido (y de la cual ya hablé en otras entradas), tuvo un problema treinta años después de salir de la fábrica: se le rompió una pieza intermedia que comunica el botón del regulador del intervalómetro con la placa de control electrónico.
Escribí al representante, André Egido, y no sólo me respondió, sino que me mandó la pieza gratis. Aprovechando la fría noche del viernes, desmonté la cámara (siempre me llama la atención, en este modelo, su placa electrónica, soldada a mano) y, con paciencia y una lupa, conseguí colocar la minúscula pieza en su lugar. ¡El intervalómetro vuelve a funcionar! ¡Qué maravilla, Bauer: servicio de piezas más de treinta años después de fabricada la cámara, gracias a Monsieur André Egido!
Pese a lo artesanal de su electrónica, este modelo es puntero con 22 transistores y un circuito integrado con control de la cadencia con tacogenerador o un exposímetro que no sólo TTL sino TTA (mide la luz tras las hojas del diafragma), entre otras golosinas técnicas: todo ello, en alrededor de sólo un kilo de peso. Y no olvidemos su principal virtud: la extraordinaria calidad de su óptica (diseñada en Suiza) , con acceso a macro desde cualquier focal
En una de las fotografías se puede ver un envase plástico de carrete de 35 mm: nunca los tiro, pues son muy útiles, a la hora de desmontar cámaras o proyectores, para guardar clasificados los distintos tipos de tornillos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario