En un rompehielos ¡botado en 1943!, todavía con su máquina y generadores originales, llegamos a latitudes por debajo de los 80 grados, con temperaturas inferiores a -20 Celsius, descendiendo a tierra a zodiacs especialmente preparadas para el Ártico, lo que me proporcionó la ocasión de vislumbrar a escasa distancia osos polares (que tristeza, en medio del viento inclemente, ver a osa con su cría, en busca de un alimento inexistente), focas y morsas, arrastrándonos en medio de una nevada inmisericorde.
Todo ello, tendré ocasión de narrarlo en esta bitácora: espero poder recuperar la maleta perdida por Norwegian en la que se encontraba mi diario manuscrito (amén de ropa polar, dos cámaras de cine, trípode, accesorios diversos e, incluso, unos diez minutos de metraje cinematográfico que no me cabían en la maleta de equipaje de mano).
La experiencia ártica me ha demostrado varias cosas:
1) la fragilidad de la salud del planeta;
2) el serio peligro de extinción de muchas especies; y
3) la necesidad de imponer una estricta regulación a la contaminación de los mares obligatoria para todos los países, incluso Rusia, China o los africanos.
En lo personal, he aprendido:
a) que se puede vivir perfectamente sin el encadenamiento que suponer Internet o la esclavitud de la telefonía móvil;
2) que siempre hay que prepararse para lo peor aunque lo que venga no sea finalmente tan malo;
3) que las programaciones vitales no pueden ser rígidas.
La filmación, además, ha supuesto un reto técnico: llevar el Súper-8 para digitalizar a 4K a temperaturas y condiciones extremas que veremos, tras el revelado, si se han superado con éxito.
Tuve, incluso, ocasión de hacer "patria chica", consumiendo productos gallegos en el extremo mas septentrional del periplo, frente a la isla Moffen.
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