EL TERRORÍFICO ESTRECHO DE LOS TÉMPANOS FRAGOROSOS.
La pesadilla del mas avezado navegante del Ártico es cruzar un lugar donde los témpanos, sin aviso previo, emergen del fondo, en vez de partir de la
desembocadura de un glaciar o de la banquisa ártica. El poder de uno de estos
icebergs submarinos resulta tan letal como un torpedo nazi. A este satánico estrecho
se le conoce como “el paso de los témpanos fragorosos” y lo atravesamos, con el
rompehielos "Malmö", alrededor de las dos
de la madrugada. Hay que añadir que, en la zona, la corriente es fortísima y traicionera, de forma que los icebergs avanzan a gran velocidad, como enormes minas flotantes con nuestra proa como objetivo. Gracias
a Kodak por contar conmigo para esta expedición que, mas allá de las pruebas
técnicas, se ha convertido en una aventura que me ha llevado a vivir
experiencias increíbles.
DESCOMUNAL JORNADA EN NAVEGACIÓN.
Ya el mismo viernes 4 de mayo, después de concluidos los
intentos de recuperación de la cámara de Audun de las profundidades del Ártico
(cuyo resultado no se puede desvelar, hasta diciembre, por compromiso de confidencialidad
suscrito con la televisión noruega, Nowregian Television NRH), y una vez que el
capitán, Viktor Karlssen, aplicando todos sus conocimientos, consiguió liberar
el rompehielos “Malmö” de la banquisa de hielo en la que se encontraba
encastrado, iniciamos una veloz navegación que nos llevaría desde el sur de
Spitzbergen hasta el non plus ultra de su extremo mas septentrional, la
diminuta isla Moffen, por encima de los 80 grados de latitud, el último confín
de tierra del archipiélago de Svalbard. Más alla, sólo unos mil kilómetros de
agua y hielo hasta el mismísimo Polo Norte magnético, un lugar sólo accesible
con uno de esos descomunales rompehielos rusos de la clase Arktic que,
equipados con dos reactores nucleares, pueden fragmentar banquisas de
cuatro o cinco metros de grosor.
El Polo Norte se conquistó en dirigible, en avión o en
submarino, pero caminando no fue sino ¡el mismo año que el Hombre puso su pie
en la Luna!, hace sólo medio siglo. Pisar el Polo Norte es un reto que queda pendiente para
otro documental, para el cual, dentro de unos meses, iniciaré la búsqueda de
financiación.
UN SEXAGENARIO INTRÉPIDO.
¿Quién le iba a decir a
uno que se iba a convertir en aventurero estando mas cerca de los sesenta años que de los cincuenta, cuando, no
hace tanto, a esta edad a las personas se las consideraba ancianas? Pese a lo que dicen algunos
militantes de la extrema izquierda, que hasta nos quieren quitar el derecho a
voto, la gente mayor tenemos mucho que hacer y que decir, por el bien de la sociedad.
Cuando califico de “descomunal” esta jornada en navegación, es para que el lector pueda valorar conveniente que, como en la primera semana de mayo, no hay, en
estas latitudes, ninguna línea que separe el día de la noche, dado que el cielo se halla permanentemente iluminado, cada etapa dura realmente 24 horas.
No
obstante, en la transición del viernes 4 al sábado 5, estaba uno tan fatigado,
tras llevar desde el 30 de abril durmiendo un máximo de cuatro horas diarias,
que esa madrugada ¡dormí de un tirón entre las dos y las siete de la mañana!:
cinco reconfortantes horas ininterrumpidas.
El desayuno, invariablemente, en el "Malmö" es a las ocho de la mañana, ¡y antes tocaba ducha y afeitado! (ya
se ha explicado que, en este rompehielos, botado en 1943, los expedicionarios sólo
podíamos ducharnos una vez cada dos días).
Menos mal que la ingesta regular de biodraminas recetadas por mi
esposa fue un santo remedio contra el mareo, pues durante estas últimas sabrosas horas de sueño,
según me comentaría al despertar mi compañero de camarote Eric, con la proa del
buque enfilando al norte en mar abierto, el "Malmö" estuvo bamboleándose,
oscilando y cabeceando, con los ojos de buey de la cabina sumergidos buena
parte del tiempo.
HORAS DE TRANQUILIDAD ATRAVESANDO FORLANSUNDET.
El sábado cinco las aguas se calmaron a un nivel razonable pues, en nuestro
avance, la navegación transcurrió por el estrecho de Forlandsundet, que separa
la alargada isla de Prins Karls Forlandet, a babor, de Spitzbergen, a estribor.
Esa mañana, algunos la habían aprovechado para revelar
diapositivas mientras que la brigada digital estaba enfrascada en la tarea de
postproducción o, incluso, mera selección: apenas si habíamos empezado la
expedición y gente como Bjarne Vidar ya habían disparado miles de instantáneas, como si en lugar de una cámara tuviese en sus
manos un fusil Kalashnikov AK47. Tras la comida, en la sala de proyección, dos conferencias muy
interesantes, de Svein Wik y Audun Rikardsen.
SVEIN WIK: EL CALENTAMIENTO GLOBAL.
En su charla de esa tarde, Svein Wik nos expuso nuevos ejemplos
sobre la dureza de la supervivencia en el Ártico y de cómo la vida, tal y como se conoce
en estas latitudes, se encuentra amenazada, tanto por el cambio climático y la
contaminación, como por la posible modificación de la corriente del Golfo. Al
igual que Audun Rikardsen en su charla de la primera tarde, Sven hizo
incidencia en el peligro de los indestructibles microplásticos, de hasta 5 mm
de grosor, que llegan ya a estas
latitudes y pasan a formar parte de la dieta de una fauna cada vez mas escasa.
Los microplásticos mas diminutos, descompuestos por el oleaje o la acción del
sol, sirven para alimentar al plancton,
del que pasan a los peces y de estos a las mesas humanas (algo muy grave para gallegos y vascos, tan dados a las recetar del mar).
SVEIN WIK: EL DESPERTAR DE UNA CONCIENCIA ECOLÓGICA.
Las dos charlas de Svein a lo largo de la travesía, así como las
conversaciones mantenidas con él a la hora de comer y cenar, sirvieron para avivar en uno esa
conciencia ecológica que casi todos llevamos dentro.
Hace medio siglo que el Hombre
ha pisado la Luna, toda una conquista para nuestra especie y que permite
atisbar que el futuro para la Humanidad puede ser infinito. Pero, como
contrapunto, en este tiempo hemos sido los culpables de que mas de cinco billones de
microplásticos floten en todos los mares del querido planeta azul, el único que
tenemos y el cual no podemos abandonar por el momento. El daño infringido al medio ambiente es gravísimo
pero aún se está a tiempo de reaccionar, prohibiendo los plásticos de sólo un
uso, y con una política de tratamiento de residuos a escala internacional, con
la prohibición expresa de “exportar” basura del primer mundo a los países
pobres.
La mitad final de la exposición de Svein, ilustrada con multitud
de diapositivas, disparadas a lo largo de estos años, desde que abandonara su
trabajo como ingeniero de computación en Noruega, para convertirse en un
especialista ártico, se centró en el calentamiento global.
Svein nos mostró como,
en verano, el hielo a la deriva procedente de la banquisa ártica se encuentra,
en Svalbard, cada vez mas al norte, de forma que, en julio y agosto, sólo se
puede ver el que procede de glaciares en retroceso.
Con documentos gráficos en buena parte procedentes de la
Universidad Nórdica de Noruega, Svein explicó que los satélites que orbitan la
Tierra y otros avances tecnológicos han permitido a los científicos ver una
especie de panorama general, recopilando muchos tipos diferentes de información
sobre nuestro planeta y su clima a escala mundial. Este conjunto de datos, recogidos durante lustros, revela claramente que el clima está cambiando de forma
muy acelerada.
Pese a las teorías “negacionistas” de algunos individuos, como el presidente Trump, para la nada sospechosa NASA, y otras
instituciones científicas, resulta manifiestamente incontestable que la emisión de dióxido de
carbono, y otros gases, son la causa del calentamiento de la Tierra, con el letal
fenómeno conocido como “efecto invernadero”.
Los primeros síntomas de este cambio
climático, cada vez mas acelerado, los
sufren las regiones árticas, que son, pudiera decirse, una especie de termómetro de la salud de la Tierra.
Buena parte de Europa hace un gran
esfuerzo por remediar tanto el tema de las emisiones como de una contaminación que, a
menudo, es originada por la absurda “obsolescencia programada” de cosas que,
bien fabricadas, podrían durar muchos años, como prueba el mismísimo “Malmö”,
todavía navegando tras 75 años desde su botadura. El principal problema es que el "motor del mundo", los
Estados Unidos, no hace todo lo que podría; Rusia, China y América Latina son países poco
respetuosos con el medio ambiente; y en el resto del globo, con la excepción de
Israel y Japón, se vive como si el mañana no importase. El mundo, tal y como lo conocemos, puede desaparecer en dos o tres generaciones.
La parte final de la charla de Svein fue para explicar el rumbo
que seguiría el “Malmö” en los siguientes días, si bien aclarando, una vez mas,
que en el Ártico, en una época con el verano todavía tan lejos, es muy difícil prever nada. Su permanente consejo: “hay que estar
preparado para lo peor, aunque luego, lo que venga, no sea tan malo”.
LA EXPERIENCIA DE AUDUN RIKARDSEN.
A continuación, el científico de la Universidad Nórdica de
Noruega, y fotógrafo de palmarés internacional (embajador Canon en Escandinavia),
Audun Rikdardsen, proyectó numerosas diapositivas submarinas en granangular
disparadas en las aguas que le son familiares, las árticas, con la técnica que
le ha hecho mundialmente famoso: la imagen partida sin trucaje digital, la
mitad bajo lA superficie del agua.
Como ya se explicó en la entrega novena de esta bitácora, a
Audun le fascinan esos centímetros que separan el mundo submarino del
terrestre. Por la naturaleza tan especial de su trabajo, a menudo con la luz tenue
de la larga noche ártica, Audun hace años que únicamente emplea cámaras digitales (exclusivamente Canon): la película
fotosensible a la luz no es la adecuada para su trabajo. Sí, amigos: el ser un
abogado del argéntico no me impide reconocer que, lo digital, para cierto usos,
es imprescindible (aunque permití recomendarle a Audun que hiciera copia
fotoquímica en película Kodak de sus obras mas emblemáticas, al mismo tiempo
que me tomé con él una fotografía química Fujifilm Instax).
Como ya nos había adelantado en su primera charla, Audun insistió, con numerosos ejemplos, en que sus diapositivas no son fruto del azar, sino que se
encuentran tan planificadas que, a veces, son disparos únicos, como en
la fotografía argéntica, no las ráfagas a las que tan acostumbrados están los soldados del digital.
Aunque Audun cosecha premios a lo largo y ancho del planeta, en
toda su redondez, su objetivo no es ganar ninguna competición, sino narrar una
historia con una imagen (idea que tiene clara, a la hora de los preparativos): trabajando de esta forma se siente realizado. Además, buena parte de sus diapositivas las
emplea en su tarea docente en la Universidad de Tromsö.
EL “MALMö” ES COMO UN BUQUE DE GUERRA...
...y no porque empezara su carrera en 1943, confiscado por el III Reich (ay, Dios, si sus paredes hablasen). Para empezar, en esta nave de tres cuartos de siglo, nadie
prepara ni limpia los camarotes. Los pasillos, interrumpidos por escaleras, no se encuentran iluminados como los de un trasatlántico y su anchura, de menos de un
metro, sólo admiten una persona de cada vez. Por ejemplo, el orondo cocinero de a bordo,
Daniel Olssen, ¡tenía que embutirse de lado!
Salvo las horas de comer, en
principio sagradas (8 de la mañana, desayuno; 13.00 horas, comida; y 19:00
horas, cena), en el “Malmo” los expedicionarios teníamos que estar ¡siempre
listos! Así, por ejemplo, en la madrugada del sábado 5 al domingo 6, la campana
sonó a los dos de la madrugada para avisar, a quien quisiera, que íbamos a avistar
lo que Svein nos había descrito horas antes.
Como tendríamos ocasión de comprobar cuando, a las pocas horas, en Moffen, bajásemos en las zodiacs, en estas latitudes tan septentrionales cualquier
acción exige mucho más esfuerzo. Simplemente salir al exterior de la nave,
incluso a la cubierta de popa, mas o menos protegida, requiere un ritual que
conlleva ponerse tres capas de ropa y un traje polar.
Naturalmente, las cosas
suelen mejorar en julio y agosto. Pero en esta época, primera semana de mayo, desde
que el vigía (normalmente Svein, Audun o Delphine), avisan de cualquier posible
avistamiento, por ejemplos, de morsas, los expedicionarios teníamos que
vestirnos con nuestros equipamientos polares en minutos. En mi caso, lo mas difícil,
era ponerme las botas, dado que, con tres capas de calcetines, me quedaban algo justas.
Por otra parte, pese al frío, que algún día, con tormenta de
nieve y viento, fue inferior a -20 grados Celsius, me veía obligado, casi
siempre, a prescindir de guantes y mitones (guantes sin dedos, estos últimos, para permitir un mejor aprovechamiento del
calor), dado que con ellos ya no es que ni me fuera posible manipular los
controles de la Bauer A512, sino que ni siquiera podía cambiar el cartucho de
película cada dos minutos y medio de metraje: ¡jamás volveré aceptar una
encomienda como ésta si tengo que llevarla a cabo sin ayuda!, ni aunque me lo
suplique el mismísimo presidente de Kodak.
LOS ARGONAUTAS DEL ÁRTICO.
¡Un barco levantado por el aire hasta una altura de trece
metros!, por un iceberg descomunal que se elevó de pronto de las profundidades
del océano, para luego caer violentamente sobre las aguas heladas. Parece un
relato de ficción ¡pero ocurrió realmente!, en el siglo XIX, en el terrorífico “estrecho
de los témpanos fragorosos”, un paso situado en el pequeño grupo de islitas de Blomstrandhalvoya,
donde los témpanos no sólo navegan a gran velocidad, con rumbo imprevisible,
por mor de las fuertes corrientes y el espeluznante viento, de omnipresente ulular, sino que ¡surgen del fondo del océano!, en virtud de un fenómeno
que será explicado en el documental “Spitzbergen: el guardián del Ártico”.
¡Atravesar el "estrecho de los témpanos fragorosos" es una
aventura mucho mas espeluznante que aquella mitológica a la que se tuvieron que
enfrentar Jason, y sus Argonautas, en su camino a la Cólquida, para superar las Simplégades, unos escollos
que, emergiendo del mar, chocaban entre sí de forma imprevisible: ¡al menos
allí el tiempo no era adverso!
LA CAMPANADA DEL INFIERNO.
Después de un estado de duermevela, como de quien está preocupado por los acontecimientos, llevaba unos minutos durmiento cuando, a eso de las
dos de la madrugada del domingo 6, el segundo oficial Bjorn Berg tocó la campana
para avisarnos, como estaba previsto, de que el “Malmö” se disponía a atravesar el aterrador “estrecho de los témpanos fragorosos”. Me levanté del camastro con esa sensación de malestar que sigue a un descanso insuficiente.
Mi compañero de camarote, Eric, y yo nos vestimos rápidamente y
salimos a la diurna noche ártica, en la que ¡apenas si lograba colarse algún rayo de sol en un cielo tan nuboso! La sorpresa fue que buena parte de los expedicionarios estaban tan extenuados ¡que no oyeron la campana!
No faltaron en cubierta, sin embargo, la Luisa Lane del Ártico, la
periodista Kari Toft, con su Jimmy Olsen, el videógrafo Reidar Gregersen,
quienes, como ya saben los asiduos de esta bitácora, estaban cubriendo esta
expedición (en digital) para la televisión noruega Norwegian TV NRK.
Presentes, también, en cubierta, Per Andersson y Oscar Brost.
Ausentes, Svein y Audun: pero
es que ellos ya han pasado por este angustioso lugar varias veces en los
últimos años, en sus distintas misiones científicas.
Hacía frío. La derrota del "Malmö" le llevaba a navegar por un tenebroso, agitado y espumante mar. El cielo, completamente gris, lívido, estaba estriado de nubes negras que venían del Norte. De cuando en cuando, rachas de nieve. La nave, azotada por las ráfagas de viento, cabeceaba y se balanceaba. Por no faltar, tampoco lo hizo la lluvia, que en el Ártico es poco frecuente.
El "estrecho de los témpanos fragorosos" es un paso marítimo que
se encuentra en el liliputiense archipiélago de Blomstrandhalvoya (en cuya isla
principal, que le da nombre, están los restos de la mina abandonada de
Ny London), al final del fiordo Kongsfjorden.
Tal vez proceda aclarar que los trances que conllevan este tipo de
afloramientos repentinos de hielo, aunque sí contemplan un cierto riesgo, no suponen
el peligro de antaño, gracias al sonar, el radar submarino con el que está
equipado el “Malmö”.
Pueden ser mas letales, con el viento y las fortísimas corrientes traicioneras, los témpanos a toda velocidad, enfilados frente a nuestra proa en
infernal carrera: el capitán debía permanecer bien atento para sortearlos. ¡Ciertas colisiones, con alguno de pequeño tamaño superficial, producían un estruendo estremecedor! Si aun con
la tecnología actual los icebergs atemorizan, especialmente con climatología
adversa, no quiero ni pensar lo que podrían temer los intrépidos balleneros
vascos y gallegos, antes de la invención del radar, en aquellos veleros de madera.
Hay que tener bien en cuenta que los icebergs son duros como el granito: una especie de rocas flotantes, arrastradas por los vientos y las corrientes.
Los icebergs azulados, de mayor tamaño, son de agua dulce, y proceden de los glaciares. Los planos, de color blanco, son restos fragmentados de banquisa polar de agua salada.
Tras atravesar el paso, no me retiré al camarote hasta las 4.30
de la madrugada, pues el inhóspito paisaje era, pese al mal tiempo,
espectacular, con altos picos interrumpidos por una sucesión de glaciares, uno
de ellos, Kronebreen, bien conocido en medios científicos por ser aquel en
el que el hielo avanza más rápido: lástima de no poder desembarcar con el fin
de filmarlo fotograma a fotograma.
Atisbar, con esta luz tan especial del sol de medianoche
tamizado por la niebla, "la luz de Jesús" según Audun, estas enormes montañas, de vertiginosas caídas, con un
rosario de glaciares bajando al ártico con cada recodo de la costa infernal,
fue una experiencia de comunión con la naturaleza, casi mística, que me proporcionó resistencia no sólo frente
a la combinación de cabeceo y el bamboleo del “Malmö” (en ocasiones la cubierta de popa quedaba
apenas a un metro por encima del agua), sino también para resistir el viento,
como de costumbre, de salobre frío inclemente.
Por ello, esta velada, para mi inolvidable, fui el último
expedicionario en retirarse a descansar, a eso de las cuatro y media de la
madrugada, tras dejar por popa, invisible tras la niebla, la lúgubre visión del pequeño asentamiento
científico de Ny Alesund, en la Bahía del Rey, en la latitud de cerca de 79º, que visité hace unos diez años, y desde donde el noruego Roald
Amundsen y el italiano Humberto Nobile partieron para sobrevolar, por ver
primera, el Polo Norte, a bordo de un dirigible de la marina del país
transalpino. Con esta luz acerada, estas aguas producían pavor: las olas eran de color grisáceo, y pasaban, amenazadoras y sombrías, una tras otra otra como en triste procesión, empujadas por el viento inclemente.
¡En muy poco, a la siete, tendría que levantarme de nuevo!: la
isla de Moffen, el punto mas septentrional del archipiélago de Spitzbergen, un
lugar que pocos humanos han vislumbrado, era la meta: una isla de apenas dos metros de
altura que es un santuario para las morsas.