Es bien sabido que soy un firme defensor, en el terreno audiovisual, del registro de la imagen por sistemas argénticos, esto es, usando película. Para conservación y archivo a largo plazo, no hay nada como el soporte en film, como bien saben los grandes estudios de Hollywood (que guardan en negativo cinematográfico incluso aquello que generan en digital) o en el Archivo Mundial del Ártico, que tuve ocasión de visitar el año pasado, durante el rodaje de "Spitsbergen, el Guardián del Ártico", el primer largometraje documental de la serie de trece Stop Calentamiento Global.
Sin embargo, hay que reconocer que el digital tiene algunas ventajas: el escaso volumen que ocupa, amén de la facilidad para compartir (mientras vivamos en un mundo que exista la tecnología, y siempre y cuando el espectador sea una especie de ágrafo audiovisual que no sepa apreciar texturas).
Los brutos de "Odisea en Groenlandia", el segundo largometraje de la serie, rodado este otoño, que caben en el pequeño disco duro azul de la marca Western Digital que sostengo con mi mano derecha, contienen todo el contenido sobre la mesa: ocho rollos de película cinematográfica y cuatro carruseles con 320 diapositivas.
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