En Barcelona, mientras estudiaba Ciencias de la Información, pasé los mejores años de mi vida: Catalunya, donde tengo tan buenos amigos, siempre estará en mi corazón, pero Galicia es mi tierra. Mis compañeros, durante varios años, me eligieron Jefe de Actividades del Colegio Mayor Sant Jordi. Mi sueldo era no pagar la estancia; a cambio, organizaba las conferencias, viajes y las proyecciones de cine, tanto en Súper-8 como 16 mm. Eran los tiempos, en Barcelona, de Acció Súper-8, de Enrique López Manzano, con quien todavía conservo relación: recuerdo haber ido con él a proyectar una película de Súper-8 un tanto irreverente a un colegio mayor de cierto grupo religioso, y tener que recoger a toda prisa pues ¡casi nos querían pegar!Trabajé mucho con el Súper-8 aquellos años. Rodé mis dos primeros cortometrajes: Universi… ¿qué? y Víspera de examen. Y, para la Diputación barcelonesa, proyecté más de cien veces en Súper-8 2001: una odisea en el espacio por centros de enseñanza de Barcelona ¡a los que me desplazaba con el proyector en moto!. Todavía conservo aquella moto y aquel proyector. En 16 mm, mi principal proveedor era la distribuidora Profilmar, con la que seguí manteniendo relación comercial durante todas estas décadas hasta que cerró hace alrededor de un lustro. Posteriormente a mi formación en ciencias de la información, obtuve el título de experto universitario en guión cinematográfico y el diploma de dirección de cine, en la Universidad Camilo José Cela.
Posees una de las mayores colecciones de cortometrajes de animación de Europa. ¿Puedes contarnos algo más de esta colección? Los inicios, dónde encuentras las piezas, qué debe tener una para formar parte de tu colección…
Comencé mi colección en Súper-8, cuando niño, con dibujos animados de Universal que me vendía a plazos, en su tienda de la coruñesa Rua Nueva, el recordado Antonio Docampo. Ya en Barcelona, entré en contacto con coleccionistas de largometrajes en 16 mm y 35 mm, y, gracias a ellos, en aquellos tiempos anteriores a Internet, conseguí ciertas direcciones de Inglaterra y Estados Unidos donde pude obtener mis primeros cartoons. Con la llegada de este siglo, me especialicé en positivos en imbibición Technicolor, que, a diferencia de los procedimientos normales, como el Eastmancolor y similares (derivados todos ellos del Agfacolor con las patentes robadas por los aliados a IG Farben) con los colorantes ya en la emulsión fílmica antes del revelado, con el sistema IB de Technicolor, durante el copiado de una película, el positivo se empapa con cada uno de los tres colores YCM (siglas en inglés de amarillo, cian y magenta), como si pasase por tres rodillos, «rellenando» en cada impresión, según un procedimiento casi litográfico, la cantidad necesaria de color para cada fotograma. Los positivos de imbibición garantizan una permanencia de los colores eterna, unos matices de los colores increíbles y unos negros profundos. Son, además, positivos originales de época, algunos en nitrato, y esto garantiza que se encuentren sin censurar por los talibanes de la dictadura de lo políticamente correcto.
De los objetos que atesoras (películas, cámaras, proyectores…), ¿podrías decirnos tres que tengan un especial valor para ti y por qué?
Le tengo especial cariño a mi Kinora con la etiqueta original de Lumiere de 1899. La tengo con varias películas de los Lumiere, y verla funcionar, a manivela, oyendo el ruido, es una experiencia que produce una sensación tan cinemática que hasta mi banco la usó para un comercial. A lo largo de los años, esta Kinora ha estado en varias exposiciones internacionales, y en una local, por petición expresa de Carlos Negreira, cuando, muy acertadamente, quiso poner en valor la figura de Sellier.
También valoro muy especialmente, pues provino de la colección de quien aprendí casi todos los secretos del cine, Tony Rose, el director de Movie Maker y Making Better Movies, con quien tuve mucha relación hasta su fallecimiento, la cámara de cine de 35 mm Zeiss Kinamo. Totalmente operativa, casi 90 años después de fabricada, está grabada con el nombre de su propietario original, Leo de Laforgue, quien la usó para determinadas secuencias nocturnas de dos películas de Riefensthal, con su entonces asombroso objetivo F 1.4, en una época en que muchos directores de fotografía empleaban ópticas “customizadas” propias. Con esta Kinamo de Laforgue no sólo se filmaron imágenes icónicas del cine mundial, sino que estuvo físicamente ante personajes históricos, entonces admirados.
En cartoons, valoro mucho mi nitrato de imbibición en 35 mm Coal Black and de sebben dwarfs. Lo tengo también en 16 mm de poliéster y hasta en super-8, pero el positivo de nitrato es espectacular. Tuve que viajar en 2011 hasta Torshavn, para recogerlo de manos de un coleccionista sueco afincado en las Feroe, para intercambiarlo por otro de mis nitratos. Llevó meses preparar la logística pues ninguna compañía de mensajería que operase en aquel entonces en las Feroe trasladaba nitratos (que son altamente inflamables). No son pocas las piezas de mi colección con una gran historia detrás. Hace tres años, intercambié con un marino ucraniano Érase una vez… en Hollywood, en 16 mm, en el puerto de Reikiavik, en una historia tan azarosa que fue publicada por la revista internacional SilverGrain Classics.
Recientemente has puesto en marcha un proyecto de concienciación sobre los peligros del cambio climático, Stop calentamiento global, viajando a algunos de los lugares más afectados. ¿Puedes contarnos cómo fue el proceso de producción y rodaje en condiciones, imaginamos, tan adversas?
La conservación de la naturaleza, como buen conservador, es un tema que siempre me ha preocupado, y ya estaba presente en mis desaparecidos programas Noite de Cine para la Deputación coruñesa con las campañas ecológicas Entre tod@s, un pouco é moito. Si por ejemplo, se lee el texto del opúsculo de la XIX edición, del año 2009, se comprueba que ya entonces estaba diciendo lo mismo que ahora. Pero es que incluso mucho antes, siempre pedí al señor Suárez, responsable de la Imprenta de la Diputación, que toda nuestra papelería, en folletos y cartelería, se obtuviese de madera de bosques controlados.
La primera vez que estuve en Spitsbergen fue en 1995. En las veces que volví, tuve ocasión de comprobar la magnitud de los daños del calentamiento global: la superficie blanca es cada primavera menor, lo cual hace que la tierra no refleje el calor al espacio, sino que lo absorba, en una espiral diabólica que pone el permafrost en peligro, libera gases y genera más calor. A principios de 2018, cuando Kodak me contrató para probar en condiciones extremas la nueva película Kodak Ektachrome, antes de que entrase en producción, decidí aprovechar la ocasión y poner en marcha el proyecto Stop calentamiento global, una serie de largometrajes que estoy rodando, siempre con película, en distintos puntos del globo sensibles al calentamiento global.
Cuando estrené, el pasado septiembre, Spitsbergen, o Gardián do Ártico, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, con todas las entradas vendidas y presentado por el mismísimo Dr. Esteve Riambau, en el coloquio posterior una espectadora me preguntó por qué filmaba con película de Súper-8. El Súper-8 es el más orgánico de todos los pasos cinematográficos, una sensación que se logra transmitir al espectador y que es imposible de emular en digital, salvo de forma grosera. Además, las distintas emulsiones permiten elegir una gama de texturas que posibilitan seleccionar la más adecuada para lo que se desea narrar.
Por ejemplo, empleé la monocromía granulada de la Kodak Tri X para transmitir mi vivencia de desolación, de desamparo, cuando el rompehielos quedó atrapado en la banquisa, en medio de aquel viento inmisericorde. Me serví de la vivificante Kodak Ektachrome 7294 para infundir en el espectador la inolvidable sensación vivida cuando, tras una jornada de tinieblas aceradas, se abre paso el esplendor del sol de medianoche. O la Kodak Ektachrome 7280, con su grano y paleta cromática tan especial, para recrear la época soviética en las decadentes Pyramiden y Barentsburgo.
Podría decirse que las características de cada emulsión cinematográfica de Súper-8 forman parte del relato, una especie de metalenguaje, que contribuye decisivamente a la narración.
El cine es un medio físico, que se puede tocar con las manos y ver al trasluz. Si es en Súper-8, permite vivir la experiencia de rodar en película con equipamientos reducidos, tanto técnicos como humanos.
La sensación orgánica comienza en el mismo momento en que se abre el envase de la película, y aspiro el olor de la emulsión virgen, continua durante la filmación diríamos que a ciegas, pues es imposible ver el resultado de inmediato; se mantiene durante el revelado a veces con ingredientes domésticos, ¡como la cerveza con vitaminas!; y se consuma en la proyección, viendo el resultado. El festín artístico prosigue durante el montaje, que en mi caso es físico, con moviola, cortando y pegando los planos. Filmar con película de Súper-8 es una artesanía, lo mismo que escribir un libro, pintar un cuadro o componer una partitura. Y disfruto con cada una de las fases.
Los problemas a solucionar en Súper-8 son múltiples: desde no saber que lo que estás filmando está saliendo bien o no hasta que lo ves después del revelado, semanas después, hasta llegar a los aeropuertos antes que nadie para hablar con el jefe de seguridad y conseguir que las películas no sean inspeccionadas con escáneres del tipo CT que las velan. Por otra parte, rodar a temperaturas extremadamente bajas es más fácil en cine que con digital pues hay cámaras que funcionan sin energía eléctrica, con un mecanismo de cuerda, al que no afecta el frío.
“Podría decirse que las características de cada emulsión cinematográfica de Súper-8 forman parte del relato, una especie de metalenguaje, que contribuye decisivamente a la narración.”
Ignacio Benedeti
Productor, cineasta, distribuidor… si tuvieras que elegir solo uno de estos ámbitos ¿con cuál te quedarías y por qué?
En distribución conseguí logros muy importantes, como, por ejemplo, las colecciones Galicia de Cine y Gallaecia Cinema que, con cientos de miles de DVDs repartidos con La Voz de Galicia, es la mayor labor de difusión del cine gallego, absolutamente histórica, pues, en un soporte físico, no se podrá repetir jamás con esa magnitud. Pero no me considero distribuidor, como tampoco productor, pese a que produje títulos emblemáticos de la cinematografía gallega como Minotauromaquia: Pablo no labirinto, sino un cineísta, con í: se entiende como cineasta a un autor y a un cinéfilo como un amante del cine, pero un término más antiguo, hoy casi olvidado fuera de Catalunya, es el de cineísta, que engloba a ambos. Un cineísta es un autor amante del cine; del cine, cine, el de verdad, con película, y capaz de desempeñar con destreza varios de los oficios que lo hacen posible.
“Un cineísta es un autor amante del cine; del cine, cine, el de verdad, con película, y capaz de desempeñar con destreza varios de los oficios que lo hacen posible.”
Ignacio Benedeti
Otra de tus facetas destacadas es la de investigador y divulgador, con numerosas publicaciones…
Las más influyentes, leídas desde por Tarantino hasta por el Presidente de Kodak, son mis artículos en Silvegrain Classics (antiguamente Photoklassik International), la biblia internacional de la tecnología fotoquímica que se publica en Alemania en este esperanto moderno que es, nos guste o no, el idioma inglés.
¿Puedes contarnos algo de los proyectos en los que estés trabajando en estos momentos?
Como cuando empecé profesionalmente en esto, hace 32 años, sigo con la exhibición, aunque sin la ilusión de antaño desde que la industria cambió la película por lo digital. A ratos libres, voy preparando la VII edición del Sellier Film Festival que, centrado sobre todo en la recuperación de clásicos del cine, proyecta exclusivamente en pasos cinematográficos.
Tengo un par de cortometrajes en postproducción, otro en preproducción, y estoy con el montaje y el guión del largometraje Odisea en Groenlandia, que, al igual que ocurriera con Spitsbergen, O Gardián do Ártico, se estrenará en 16 mm, con la primicia ya comprometida con la Filmoteca de Catalunya en Barcelona. Voy más lento de lo previsto pues, desgraciadamente, fui incapaz de materializar ningún apoyo, más que el de Kodak, Silvegrain Cassics y Poseidón para el rodaje. Estoy también con la preproducción del largometraje fílmico Alén dos 66 º Latitude Sur. He pedido subvención a AGADIC, pero, si me la niegan, el proyecto seguirá adelante en cualquier caso, vendiendo lo que sea menester de mi colección: mi misión hasta el 2030, en la serie fílmica Stop: Quecemento Global, no se puede detener. Preparo, también, el guión de una serie televisiva sobre una monja que se encuentra con Heinrich Harrer en el Tíbet y, gracias a sus poderes de bilocación y el viaje astral, interviene en ayuda de los dos bandos de la guerra civil para evitar muertos y destrucción de patrimonio. Pretendo rodarla en Súper-16.
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